lunes, mayo 07, 2007

Kamikaze

Ella se sentó en el borde de la cama. Le rodó por la frente, recorriendo su mejilla, una gota de transpriación. Se echó el pelo que le cubría los ojos, hacia atrás, y suspiró hondo.
Paseaba nerviosamente las manos por el borde de la cama, sentía que le temblaban las piernas, sentía...
Y de golpe las sensaciones y los pensamientos se le vinieron al cuerpo. Echó la cabeza hacia adelante. Callarse era su secreto para mantenerse viva y esperaba no romper ese silencio que la había alejado de esa muerte tan desastrosa a la que tanto temía. Esa muerte tan terrible de cuando se mueren los sentimientos, y para eso, se presionaba los labios, para que ni un solo balbuceo se le escapara. El pecho le hormigueaba. De su figura -casi menuda- brotaba toda la melancolía encerrada en el momento. Melancolía que el momento mismo ameritaba, por eso toda la habitación se veía gris, porque Ella estaba cubierta de una pantalla opaca y la luz que todos los días irradiaba, se veía gris, y ella llenaba la habitación. La llenaba.
Reprimida, se veía y se sentía reprimida, y no podía dejar de balancarse una y otra vez, como si dentro de ella se estuviera librando un combate que no podía controlar y se exaltaba en espasmos. Trataba, de veras, trataba de que no la afectara. Y se mordía los labios (no quería que alguna palabra la hiciera podirse entre unos cuantos claveles dulzones y feos) para no decir nada. Dios sabe cuanto trabajo le costaba. Y olía, olía todo el encanto de la derrota. El paradójico encanto del adiós. De cuando creía que nada tenía vuelta atrás, por eso el adiós era más encantador que la bienvenida, porque las bienvenidas son todas iguales y aburren, pero el adiós es encantador, trágicamente encantador. Había olor, el olor a hombre silencioso, satisfecho y deprimido. Olor que llevaría con ella a donde fuera.

-Te amo- Dijo - Creo...- Susurró después.
Kamikaze.

miércoles, diciembre 13, 2006

Perversión

Brutalmente azotado, ensangrentado, contra el piso frío del pasillo, hirviendo por las calenturas, un cuerpo de mujer entre ropas desgarradas por la violencia. Sus brazos evidenciaban sus años de sufrimiento. Eran como un mapa temporal, que acusaban cada pelea y cada golpe. Por cualquier arrebato del hombre tenía un moretón, que debía ocultar bajo las mangas largas de sus chalecos, que incomprensiblemente usaba en los días en que había más sol. Para resguardarse del "qué dirán" de sus vecinos. Los mismos vecinos que eran ciegos y sordos sólo en las ocaciones que escuchaban los gritos que hacían retumbar la casa. Ésos que a sus espaldas murmuraban cuanta lástima les causaba la condición de la pobre mujer "una verdadera lástima" pero que siguiendo la regla de oro, jamás se metieron en problemas de otras parejas.
Ahí estaba ella chillando aturdida, muriéndose más por dentro que por fuera, porque a pesar de todo era una mujer fuerte y ya había soportado mucho. Pero él no sentía compasión y no había ni un mínimo rastro de empatía en todo su despreciable ser y aún al verla más débil y más derrotada, la tomó por el pelo y la enfrascaba y azotaba con frenesí, como envolviéndola en un jolgorio aberrante. Levantándo su humillada persona, comenzó a salpicarla de insultos.
De su boca jamás salieron palabras dulces, ni de aliento. Lo único que sabía hacer era escupirle blasfemias. Cuando tenía algo tierno que decirle siempre era para pedirle un favor, para amarrarla con él ruinmente; para pedirle que le sirviera la cena, le masajeara los pies o le hiciera el amor.
El olor a alcohol que expelía la boca de su marido, le estaba dando asco a la mujer y le causaba arcadas. Y él le pedía que lo mirara de frente, a los ojos. Pero ella apenas podía separar sus hinchados párpados. Él vociferaba como un tirano, con actitud de todopoderoso, recórdandole que no podía separarse de él. Que si quería irse de la casa, moriría en el intento. Y hablaba en serio.
Y ella lo odiaba. En ese tipo de ocaciones lo odiaba con todo su ser. No sabía porque había aceptado un matrimonio que más parecía un calvario. No compredía de donde había sacado valor para aguantar todos esos años. ¿Sus hijos tal vez? No, era algo más que eso. Y se sentía estúpida y culpable por amarlo a veces y odiarlo en ocaciones. "Si te gusta no más, es lo que hay" Monotemático, monótono, siempre le repetiría lo mismo.
Después de que la había lanzado contra la pared, manchando el papel mural con sangre, se retiró a la pieza matrimonial, dándo tras de él, un portazo estruendoso. La dejó que durmiera afuera, en la sala de estar y cerró con llave la habitación.
Por más que ella intentaba no hacerlo, se sentía culpable de todo. Culpable de que la violentaran, culpable de que la golpearan, culpable de que le dijeran puta o mala clase, cuando entre los dos, él era el más mala clase de todos.
Lloraba de frustración sintiendo pena por ella y por los niños que seguramente estaban parados detrás de las puertas de sus dormitorios, con las piernecitas temblando.
Un rayo de lucidez le hizo comprender que ya no podía escapar. Su intento había fracasado. Ella no podía escapar, porque lo amaba con perversión.
Sí, esa noche las maletas habían quedado hechas, escondidas entre los arbustos del jardín.

martes, diciembre 05, 2006

La molestia

Arrastras contigo tus pesares, tu historia y tu incipiente locura. Además me cuentas como estás y que hiciste. Que el odio no te cabe dentro, que usaste tus últimas monedas en un teléfono que te las robó, que tuviste un día de mierda como todos los que has tenido desde que naciste, que el mundo te queda grande y la rutina te corroe, que no existe un ser en el planeta azul que te entienda. ¡Y no sabes cuanto me molesta!
Yo te miro y tal vez sonrío. Pero ya sabes, mi actitud habla por mí: "No molestes con lo mismo". Poco me interesa que la torre de cristal donde guardas tu puto orgullo -del que poco te queda- se quiebre, ¡Me molesta increíblemente el ruido que hace cuando se desmorona! ¡Házlo callar, ¿quieres?!
Sí, déja de molestar. Toma mi cuerpo, te lo dejo mientras mi mente va a volar a... no sé ¡Pero a cualquier lado lejos de ti! Úsalo y hablale mientras yo juego entre las nubes, hago el amor en el invernadero, termino de contar el patrón del papel mural y de paso también obsequio castillos de aire a las hadas que salen de debajo de mis pies.
Cuando regrese ya no estarás. Te habrás desvanecido y te sentiré ausente. Y gritaré tu nombre desde la sombra de los callejones, ahora más oscuros. Y extrañaré el ruido de tu cristalcito quebrándose y tu voz chillona de maullido de gato malcriado. Y querré escuchar otra vez tus desiluciones y fracasos. Y añoraré haberte pasado la mano por el hombro a tiempo que decía: "aquí estoy, todo pasará". Chillaré histéricamente que ya es demasiado tarde.
Por ahora no me importas.

miércoles, octubre 11, 2006

Desfile

Nos dejaste ir. Dejaste que me escapara. Que me perdiera por entre las praderas de dudas, verdes, de las que nunca podrás rescatarme. Pero qué más da. Es más bonito quedarse mirando, sentado bajo la sombra, como el sol se esconde. Es más cansador salir a perderse en el horizonte, buscando señas de lucidez. Es más bonito esperar a que las cosas que siempre quisiste vengan a ti. A eso estamos acostumbrados. Vivivmos esperando hasta que nos aburre. Y cuando ya no queremos saber más de nada, se aproximan a nosotros todas esas cosas lindas que habíamos soñado. Pero como no vienen envueltas en papel celofán, las desechamos, por alguna extraña razón "Esto no es como yo quería". No claro, ¿Quién dijo que debía ser de otra forma? Pero todas las bendiciones del cielo cayeron de pronto, como caen los aguaceros y te hundieron y nos enterraron, como nos entierran los aludes. ¿Cómo entender que así es el juego? Aceptar las reglas, si quisiste jugarlo. Sin embargo, dimos un paso atrás, un paso de cientos de millas. Nunca pensaste que te alejaría tanto. Pero ya ves. Así lo escogiste. Comodidad sobre valor. El deber sobre el querer.
La preferencia en este caso fue guardar el espíritu y todo el ímpetu de la juventud, en un baúl, bajo la cama. Déja que se enmohesca y que se pudra.
Hubiesemos querido, más que a cualquier otra cosa, arriesgar nuestras almas; Hasta ahora. Que tuvo que llegar el día en que no quisimos vivir ni siquiera nuestras propias vidas.
...Al final todo lo que verás será un desfile de cosas inconclusas del que nunca participaste...

¿Dónde está?

Aún conservo una rosa que se llevó el curso de los tiempos y que los duendecitos de las cosas olvidadas escondieron en quién sabe qué reino mágico de dulce, con quién sabe qué rey promiscuo. Yo la tengo aquí. Huele a hule. Su esencia esta entre mi chaqueta y pide que la rescaten. Todavía hay 65.986 cosas que me recuerdan a él. Todavia no asumo que un día es solo un día más y que un 15 ya no es motivo para celebrar. 764 pablabras sinónimos de vil. 6 peleas insulsas y sin sentido. 3 discursos para pedir perdón. 3 formas de exigir una explicación. 72 teorías diferentes y ninguna que me deje conforme. Rayos. Si los relojitos con los que atraso el tiempo sirvieran para esta ocasión. Qué no daría yo. Pero no, esas baratijas solo parecen retrocederlo y realmente no lo hacen. Te dicen “mira, te hemos dado 4 horas más”, pero las muy malcriadas te engañan y tú te quedas pensando la forma para que no te lo vuelvan a hacer. Quiero salir a buscar con quien compartir estas manos de hielo. Esas mismas. Esas mismas que se iban por instinto, por debajo de tus camisas color azabache como la noche —como mi vida ahora— y hacían remecerte de espanto “tienes las manos heladas” y reías. Pero no sería lo mismo. ¿O lo sería? Quisiera creer que puede ser parecido, pero no voy a engañarme otra vez más. Jamás sería lo mismo. Quiero mi rosa de vuelta. No lo hubiera dicho nunca. Pero lo digo y qué: la quiero de vuelta. Pero se quedará ahí, olvidada, como mi vida ahora. E igual así, ya no lo discuto. A estas alturas nadie quiere discutir. Sigo, aunque no quisiera, el camino nada más.


(post viejo extraído de aquí)