miércoles, diciembre 13, 2006

Perversión

Brutalmente azotado, ensangrentado, contra el piso frío del pasillo, hirviendo por las calenturas, un cuerpo de mujer entre ropas desgarradas por la violencia. Sus brazos evidenciaban sus años de sufrimiento. Eran como un mapa temporal, que acusaban cada pelea y cada golpe. Por cualquier arrebato del hombre tenía un moretón, que debía ocultar bajo las mangas largas de sus chalecos, que incomprensiblemente usaba en los días en que había más sol. Para resguardarse del "qué dirán" de sus vecinos. Los mismos vecinos que eran ciegos y sordos sólo en las ocaciones que escuchaban los gritos que hacían retumbar la casa. Ésos que a sus espaldas murmuraban cuanta lástima les causaba la condición de la pobre mujer "una verdadera lástima" pero que siguiendo la regla de oro, jamás se metieron en problemas de otras parejas.
Ahí estaba ella chillando aturdida, muriéndose más por dentro que por fuera, porque a pesar de todo era una mujer fuerte y ya había soportado mucho. Pero él no sentía compasión y no había ni un mínimo rastro de empatía en todo su despreciable ser y aún al verla más débil y más derrotada, la tomó por el pelo y la enfrascaba y azotaba con frenesí, como envolviéndola en un jolgorio aberrante. Levantándo su humillada persona, comenzó a salpicarla de insultos.
De su boca jamás salieron palabras dulces, ni de aliento. Lo único que sabía hacer era escupirle blasfemias. Cuando tenía algo tierno que decirle siempre era para pedirle un favor, para amarrarla con él ruinmente; para pedirle que le sirviera la cena, le masajeara los pies o le hiciera el amor.
El olor a alcohol que expelía la boca de su marido, le estaba dando asco a la mujer y le causaba arcadas. Y él le pedía que lo mirara de frente, a los ojos. Pero ella apenas podía separar sus hinchados párpados. Él vociferaba como un tirano, con actitud de todopoderoso, recórdandole que no podía separarse de él. Que si quería irse de la casa, moriría en el intento. Y hablaba en serio.
Y ella lo odiaba. En ese tipo de ocaciones lo odiaba con todo su ser. No sabía porque había aceptado un matrimonio que más parecía un calvario. No compredía de donde había sacado valor para aguantar todos esos años. ¿Sus hijos tal vez? No, era algo más que eso. Y se sentía estúpida y culpable por amarlo a veces y odiarlo en ocaciones. "Si te gusta no más, es lo que hay" Monotemático, monótono, siempre le repetiría lo mismo.
Después de que la había lanzado contra la pared, manchando el papel mural con sangre, se retiró a la pieza matrimonial, dándo tras de él, un portazo estruendoso. La dejó que durmiera afuera, en la sala de estar y cerró con llave la habitación.
Por más que ella intentaba no hacerlo, se sentía culpable de todo. Culpable de que la violentaran, culpable de que la golpearan, culpable de que le dijeran puta o mala clase, cuando entre los dos, él era el más mala clase de todos.
Lloraba de frustración sintiendo pena por ella y por los niños que seguramente estaban parados detrás de las puertas de sus dormitorios, con las piernecitas temblando.
Un rayo de lucidez le hizo comprender que ya no podía escapar. Su intento había fracasado. Ella no podía escapar, porque lo amaba con perversión.
Sí, esa noche las maletas habían quedado hechas, escondidas entre los arbustos del jardín.

martes, diciembre 05, 2006

La molestia

Arrastras contigo tus pesares, tu historia y tu incipiente locura. Además me cuentas como estás y que hiciste. Que el odio no te cabe dentro, que usaste tus últimas monedas en un teléfono que te las robó, que tuviste un día de mierda como todos los que has tenido desde que naciste, que el mundo te queda grande y la rutina te corroe, que no existe un ser en el planeta azul que te entienda. ¡Y no sabes cuanto me molesta!
Yo te miro y tal vez sonrío. Pero ya sabes, mi actitud habla por mí: "No molestes con lo mismo". Poco me interesa que la torre de cristal donde guardas tu puto orgullo -del que poco te queda- se quiebre, ¡Me molesta increíblemente el ruido que hace cuando se desmorona! ¡Házlo callar, ¿quieres?!
Sí, déja de molestar. Toma mi cuerpo, te lo dejo mientras mi mente va a volar a... no sé ¡Pero a cualquier lado lejos de ti! Úsalo y hablale mientras yo juego entre las nubes, hago el amor en el invernadero, termino de contar el patrón del papel mural y de paso también obsequio castillos de aire a las hadas que salen de debajo de mis pies.
Cuando regrese ya no estarás. Te habrás desvanecido y te sentiré ausente. Y gritaré tu nombre desde la sombra de los callejones, ahora más oscuros. Y extrañaré el ruido de tu cristalcito quebrándose y tu voz chillona de maullido de gato malcriado. Y querré escuchar otra vez tus desiluciones y fracasos. Y añoraré haberte pasado la mano por el hombro a tiempo que decía: "aquí estoy, todo pasará". Chillaré histéricamente que ya es demasiado tarde.
Por ahora no me importas.